martes, 6 de enero de 2009

Rencores

Samuel abrió la caja de zapatos y se dio cuenta de que no había sido el último que había pasado por allí a recordar historias. La nota en papel cebolla estaba colocada debajo de la libreta, y ese no era su sitio. Iba dentro. En la página siete. Que era la página que hablaba del día del parque con Elena. Volvió a sus recuerdos paladeando la ira por saberse descubierto en su intimidad más secreta. La piedra, la nota del profe que nunca le entregó a mamá para que la firmara, el recorte pornográfico de una rubia neumática, la foto del parto, de su nacimiento, la que mamá no gustaba que viese y robó a escondidas para mirarla tranquilo.
Arrancó una hoja de cuadros de la libreta de macroeconomía, y anotó: sé que pasaste por aquí. Huelo tus sucios dedos atentando contra mi intimidad. Tengo nociones de digitología, polvos de carbón y un contacto en la policía. Vuelve a hurgar en esta caja y te arrepentirás.
Samuel siguió estudiando y formándose en las cosas del mundo y sus especies bípedas y nunca jamás logró entender cómo era posible que alguien violara ese principio básico de intimidad aquella tarde. Nunca olvidó aquel pequeño atentado. Y ni uno sólo del resto de sus pobres días pudo querer al hombre como hombre, y lo reconoció mezquino y bárbaro hasta que falleció, hace no mucho, sin creer en ninguno de nosotros, y total, porque somos como somos.
Laura Artiles

3 comentarios:

Anónimo dijo...

(me encanta cuando te pones amenazante)

Anónimo dijo...

barbaro el relato y barbaro el protagonista si es que uno se barbariza en la intimidad

Anónimo dijo...

Muy bueno, Lauryn.