sábado, 20 de diciembre de 2008

El chico que le robó la voz a Chris Martin

El invierno era un buen momento para esconderse en la nieve, hacerse nieve, con la misma sencillez que se puede hacer que caiga nieve en la luminosa pantalla del ordenador con una pequeña aplicación de action script, de flash. Esto se lo enseñó a Lucas una chica que había heredado la fobia a las mariposas de su madre.

A Lucas durante siete dias sólo le había rescatado la literatura perdida en varios mails y en un blog de Lizzie. Lizzie. Es increíble pero en internet sólo se pierden cosas, es una herramienta creada para eseñarnos a perder cosas. Enumeren ustedes si quieren: perder la distancia, la realidad de la realidad, el tiempo, nuestro cuerpo y las manos para ganar cien mil dedos y ocho mil ojos con las capacidades de las fábricas chinas o chino-italianas que diría Saviano, el tacto… 300 millones de informáticos que le hemos regalado nuestra memoria a Google, y ya sólo nos falta poner en el campo de búsqueda las palabras amor, vida, respiración… y soltar todos nuestros versos en la papelera de reciclaje.

Lucas abandonaba de vez en cuando internet, ese era su trabajo, su jornada laboral de 69 horas semanales, para perderse en el garabato que era ahora su vida.

Una tarde de viernes se planteó recuperarlo. Barajó varias posibilidades pero entró en la web y buscó en una compañía de bajo coste un vuelo a Londres para el sábado por la mañana. Los sábados por la mañana nublados le recordaban a su infancia, que siempre jugaba a dar alguno de sol para no parecer falta de imaginación.

Iba a ir a buscar a aquel chico de ojos claros que le había salvado varias veces. Estaba harto del análisis que hacía el mundo de todo para guardarlo en un bote, etiquetarlo y sacar una fotografia junto al titular “Entra dentro de nuestros limitadísimos parámetros culturales, no se asusten”. Pues no, la sensibilidad de Lucas era tan compleja y tan misteriosa como la de una ballena escondida en medio del océano.

Es increíble la arquitectura que puede crear dentro de uno la buena música y lo importante que es escoger bien. Nuestra anatomía , la nota, como nota la buena comida o la detestable, o el cansancio o los sueños.

El hecho de que el último disco no fuera más que un collage sin mucha alma habia hecho que Lucas haciendo uso del simil de un naufrago en vez de una tabla tuviera una astilla en el pie. Habían matado a su iPod, y al blog en el que hablaba de música y lo peor es que le había hecho replantearse si estaba perdiendo algo porque las sensaciones que producian en él la música eran diferentes.

Siempre le había marcado aquella frase de García Márquez, de que a él lo que hubiera gustado era haber sido músico. Y al chico que nunca sería como Gabo, a Lucas, le pasaba igual.

Así que entró sigiloso en el departamento sin despertar a Moses y a Apple y llegó al dormitorio de la pareja. La chica rubia sacada de una película dormía suave. Lucas sacó un sacacorchos e hizo un agujero. Arrancó las cuerdas vocales, y se las guardó para ponerselas después. Después puso en su lugar las suyas antiguas, cerró cosiendo un hilo muy fino y se fue sin ser visto.

Ya de vuelta buscó a Lizzie, a la que le gustaba llamar Sue Lynne, e hizó algo que llevaba toda la vida deseando hacer. Le cantó con algunas faltas gramaticales pero con un perfecto acento inglés:

Sue Lynne is too late, let me will get you at home.

A. León

viernes, 19 de diciembre de 2008

Japón

Cenaron. Y entonces a él le pareció tarde. Pero no era su casa, así que no podía irse. Sue Lyne es un nombre muy raro, la verdad, y no pega mucho en mi cabeza con nada, porque no he visto la peli ni pensándolo bien sería capáz de ambientar nada en Japón porque no lo conozco. Me lo imagino, al Japón, pero... qué? luces, neones, cuartos chicos, gente moderna, modernísima, vistiéndose de niñas chicas o de sacerdotes, son raritos los japoneses, y esos colorines tan estrambóticos, así que voy a decir Lola. Lola de España coño. Lola que cenó con su querido después de unos cinco años sin verse, después de parir dos hijos y separarse cenó con éste que estaba en su casa y que no podía irse.
- Es tarde, te llevo a casa
- Voy a dar un paseo, no me vengas con bobadas de que si es tarde y va a pasarme algo
- O te alcanzo o te quedas- y no quería que se quedara, pero supuso que ella tampoco,así que lo dijo. Hablaron y se rieron esta noche pero todo el rato hubo una tensión incómoda, como de ahora somos dos desconocidos y no me hacen gracia tus chistes, pero en fín, cenaron y retomaron los dos un capítulo de sus vidas con un Ribera del Duero gran reserva estupendo y unos california maki, que eso sí es japonés, parece, pero lo de california digo yo que será pa acercarse al occidente mundo y vender rollos de arroz envueltos en una cosa que nadie se cree que sean algas. Por eso no hablo de Japón ni de Sue Lynne.

Lola salíó a dar un paseo porque estaba colorada y ebria. Un poco. No es que estuviera tan borracha como para saberse poco dueña de sus actos y temerse. Estaba con una chispa alegre y le dieron ganas de pasear de noche.
- Me quedo. En el sofá. Pero voy a darle un paseo a Laica, ahora volvemos, no es peligroso pasear, sabes? Y en cualquier caso puedo decir Laica, ataca. y ya está.
- Pero Lola no seas perreta, que son las tres
- Que me dejes. Si no, te dejo a tu perra y me voy a casa andandito que ganas no me faltan.
- A casa no te vas sola que son cuarenta minutos y pasas por el Lomo, y el otro día hubieron dos atracos
- bah. Ahora vuelvo.

Miguel las vio salir. Recogió las copas y la botella vacía de la mesa del salón. Atusó los cojines del sofá grande y sacudió las mantas que los salvaron un poco del frío de afuera y del frío de dentro del cuerpo en la cena. Apagó el aparato de música, que ya no sonaba, pero respiraba con ese zumbido de las cosas que no acaban de estar apagadas. Buscó una almohada. O un forro limpio para los cojines y que Lola al echarse en el sofá sintiera que era un hombre de higiene impoluta. Aunque no lo fuera. Y Lola supiera que no lo era. Aunque hoy se hubiese afeitado y limpiado muy bien detrás de las orejas y se hubiera empapado de cool water eau de perfum. No encontró ni fundas ni almohadas de sobra. Fue al dormitorio y golpeó la suya. La miró a la luz en busca de rastros de babas. Le retiró siete pelos negros suyos y dos pelirojos de Rita. La olió. Decidió perfumar a la almohada también de cool water no sin antes ruborizarse pensando en la cara de Lola, en la piel de la cara de Lola, en las pestañas, la boca de Lola apoyados dormidos en su almohada, la misma almohada de todas las noches de Miguel. Encendió una luz chica. Volvió a encender el aparato y puso bajito un cedé brasileño. Mira qué cosa mais linda, máis llena de graçia. Y pensó en Lola. Que por esas andaba andando muy estirada intentando caminar con la columna completamente erguida. Colocando sus vértebras una sobre otra rectísimamente. Y Laica mirando una gata en celo que se desgañitaba en un balcón de la calle Dr algo.
Miguel imaginó si tal vez... y Lola imaginó si...
Y Lola se llevo a Laica a su casa y no dijo nada. Andó los cuarenta minutos estirando los brazos arriba como una pirada. Y Laica detrás mirando los gatos, mirando las cucas, la Luna.
Miguel estuvo cuarenta minutos sentado en el sofá escuchando a gilberto gil abrazando la almohada borracho de colonia de hombre y de besos. Y se durmió. A las nueve, escribió un mensaje.
Lola, espero que sigas viva. Recuerda que la perra es mía. Si la traes, ella entra sola por el hueco de la puerta. No me despiertes. Adios.



Laura Artiles

El camino a casa

Había sido tu escena preferida.

Me lo contabas minutos después de la salida, entre una y otra bocanada de vaho, asomando breve la boca sobre la bufanda.

Seguramente fue el plano, lo que te gustó, la calle desierta, una calle desierta y oscura que habría pertenecido a cualquier pequeño estado norteamericano, conservador, extenso y poco poblado, como nos imaginamos todos esos estados periféricos, y con periféricos quiero decir que no son Nueva York, ni California, y a los que yo le atribuyo, además, sucesos cruentos, asesinatos múltiples, descuartizaciones, qué sé yo.
Era una de esas calles en las que a mí me habría dado miedo estar sola, una cualquiera de esos pueblos en los que nunca pasa nada y en la que a partir de las diez de la noche sólo avanza el tiempo por las aceras.

Era tarde y Sue Linne guapa, guapísima, con una belleza de esas que irradian una especie de electricidad que te deja pegado a ella, mirándola sin remedio. Sue Linne va a contarnos algo importante, lo sabemos porque no se va, porque se queda allí, sentada en la acera, al lado de Lizzie que permanece paciente, a pesar de que es tarde, a pesar de que ella no está pegada a la belleza de Sue Linne, como yo, y como tú, a pesar de lo peligroso de las calles oscuras y desiertas de esos estados periféricos para una neoyorquina como ella, sacada de una película de chinos.

A mí me habían gustado más las escenas del bar, dónde el chico inglés - Manchester, England- comparaba a la cantante con una tarta de arándanos, especialmente las historias que nos cuenta la cámara de seguridad entre golpe y golpe de gracia. De hecho la escena de la acera, las dos chicas sentadas de frente, las rodillas casi en el pecho, el sonido del viento en la calle vacía, me había resultado incluso un poco lenta. No dije nada, me limité a observarte así, saboreando cada fotograma, con las manos en los bolsillos, reflexivo, como siempre a esas alturas, como si fuera de vital importancia nuestro análisis cotidiano de la película, nuestros acordes y desacuerdos con Boyero, el camino que va del cine a casa.

A la altura de la obra hay una caja de cartón con una persona dentro. Tú das un respingo, y emites un sonido extraño, un disgusto, un escalofrío. Yo veo salir el humo de tu nariz que asoma sobre la bufanda. Pienso que podría subirle una manta, pienso incluso por un breve segundo, sin un rasgo de altruismo, que me sentiría mejor quitándome la chaqueta y echándosela por encima.

En vez de eso meto la mano en el bolsillo de tu abrigo y busco tu mano.
Es muy oscura, esta calle. No me había dado cuenta.

- A mí me gustaban las escenas del bar, lo de las llaves, por ejemplo, es genial ¿no te parece?

Es tarde, llévame a casa, por favor.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Sue Lynne

Quería hacerle parecer pequeño y lo logró. Para ello, congeló su sonrisa; retiró todo atisbo de interés en su mirada; rebuscó en su bolso; sacó un paquete de cigarros; lo abrió; extrajo uno; cogió su propio mechero fingiendo no ver que él le tendía el suyo; encendió el cigarro; le dio una bocanada corta y exhaló un humo que no había pasado de su boca. Después se recompuso sobre su asiento; levantó la cabeza; echó hacia atrás el pelo con un leve movimiento de cuello y luego volvió a posar sus ojos en los de él; por último, tragó saliva mientras él aguardaba su respuesta. Pero esta no llegó.

[Sue Lynne, es muy tarde. Déjame que te lleve a casa por favor]

Él esbozó un “¿entonces?” con voz dulce y sonrisa tierna como queriendo devolver a la atmósfera su calidez previa a la pregunta.
Sue Lynne todavía le miraba cuando se llevó el dedo meñique a la comisura de la boca para golpearse la uña contra el diente. Con ese gesto impropio de una señorita escenificó el desencanto que le produjo la inocente proposición de su acompañante.
"Disimula con modales su falta de valor. Cobarde o no –se conjuró entonces- Sue Lynne no desea hacer el amor con caballeros. El sexo no requiere tanto protocolo, y el amor… un hombre como tú jamás traspasará ese círculo conmigo".
Pero no lo dijo. Prefirió que el silencio y el frío se explicaran.

Jorge Plaza

martes, 16 de diciembre de 2008

Torrisa

Sue Lynne: Chacho, qué te pasa en la boca, bobito... ¡Guaci!... ¡¡¡Guaciii!!! ¡Mira el personaje este cómo habla, toloco y todo!

lunes, 15 de diciembre de 2008

¿dónde voy?

Me meto en el taxi como si fuera un sherpa que carga la mochila de un montañero francés, aunque no sean más que paquetes, envoltorios, mascaras, botellas de cava y langostinos. Dichoso. Soy feliz. En este frío puntiagudo de otoño encontrar un taxi es cabecear en un rebumbio.

-Taxista: ¿a dónde?

-Yo: a casa, por favor.

Lo digo como si nada. Miro por la ventanilla los insultos de la señora que se destripa la cabeza mientras sonrío. Colarse en una parada de taxi es vileza.

Atravesamos la ciudad. La idea de las luces azules y multicolores chirría, jamás he sido capaz de decorar un árbol. Soy belenista, sí: belenista; y mi pieza favorita es el caganet, en medio de la navidad unos pantalones por los tobillos y en cuclillas devolviendo los turrones… Cómo le digo a mis hijos que odio la navidad. Es imposible, solo me queda el karaoke, el abuelo con la dentadura tratando de hinchar el traje y los bufetes de polvorón, peladillas y mazapanes que hay que consumir antes de que se despierten. Yo aprendía a odiar la navidad pronto. Ahora hay que hacerlo sin que se note, ir creándoles la paranoia lentamente, marcarlos de por vida…, todavía no se me ocurre nada pero todo llegará. La ciudad se divierte viéndonos como locos de un lado a otro. Si yo fuera ciudad prohibiría esta fiesta.

El taxi se para y vuelvo en mí. No sé dónde estoy. Ya no hay luces ni nada, ni gente, ni más coches. Miro bien, y le pregunto si acaso se ha equivocado, ésta no es la calle Los Actores número 15. El taxista mira su reloj, me mira, sale y abre la puerta de su casa. Yo sigo todo el ritual con los ojos clavados en él y el cuerpo en tensión.

-Taxista: me dijo que le llevara a casa, ¿no?

-Yo: sí, claro, eso es.

-Taxista: bien, pues aquí está, ésta es mi casa. Anda que… Feliz Navidad. No me ensucie la tapicería…


octavio pineda

domingo, 14 de diciembre de 2008

Texto VII

Lizzie: Sue Lynne, es muy tarde. Déjame que te lleve a casa, por favor.


My Blueberry Nights, Wong Kar Wai