sábado, 24 de enero de 2009

Harto

Pasan corriendo y casi me tiran. Con la maleta. Arrastran una maleta de ruedas, y casi me tiran, me esquivaron, fue ella, me esquivó a tiempo, pero casi no y yo pude sentir el aire entre la maleta de cuatro ruedas y mi pierna derecha. Llegan tarde. Tienen 30 años. Con 30 años hay cosas más importantes que llegar a la próxima esquina sin besar la acera.

No soy tan mayor, pero me gustaría tener 30 años y correr a la estación.

Ayer (¿fue ayer?) hablando con Quique en el bar al que voy desde hace más de 30 años, se lo dije. Él no me hizo mucho caso, y a cambio me contestó que estaba buscando un nombre ingenioso para una nueva sección de la revista. Le di un nombre, el primero que me vino a la cabeza, y era ingenioso, mucho –ah, cabrón, qué talento has tenido siempre para el marketing. Habrías sido un gran publicista.–

Es cierto, lo habría sido, casi lo fui un tiempo, en realidad.

Creo que fue justo después de abandonar a Ana. Ella siempre decía que tenía talento para el piano. Claro que tengo talento, toco el piano desde que apredí a andar, le decía yo. Era una pesada, me acompañaba a los recitales, me buscaba concursos, festivales, me tenía harto. El talento no se consigue con práctica, se tiene o no se tiene, decía. Me tenía harto. Ella, y sus trajes perfectos, su aspecto perfecto, su manera de moverse en aquellos eventos anacrónicos, delgada, como una serpiente, haciendo contactos, decía, tienes que relacionarte, Luis, decía, sinuosa.

Su forma de colocarme la corbata. Me tenía harto. La abandoné de la forma más cruel que supe. No pareció importarle.

Entonces fue lo de la publicidad, sí, estoy seguro, fue entonces. Necesitaba salir de aquel mundo ostentoso y trascendente, y el minimalismo y la frivolidad de las pelotitas antiestrés y los sillones bola de color rojo era lo que necesitaba. La agencia de publicidad era de un amigo de la familia, y aunque no entendió muy bien mi cambio de intereses no me cuestionó demasiado. Tres meses aguanté. Estaba harto de sacar adelante el trabajo de aquellos parásitos, todo el día encerrados dentro de los sillones bola, tumbados en las salas de descanso, pensando, decían. Hay que analizar el briefing, decían, hay que darle otra vuelta. No tardaron en darse cuenta de lo bueno que era. Empezaron a temerme por los pasillos, a sacarme de las alianzas, a hacerme la pelota y buscarme cuando había que salvar el producto. Me tenían harto.
Entonces monté un bar y allí conocí a los chicos. Los chicos lo que querían montar era una banda, un grupo pop o afterpop, que decíamos entonces. Rápidamente adoptamos la estética adecuada– por suerte éramos delgados, como Ana- y montamos nuestro local de ensayo en el sótano del bar. Fue divertido. Yo tocaba el bajo. Aquello era coser y cantar, y los bajistas dificilmente somos tachados de genios a la primera de cambio. El problema fue Alicia. Venía mucho por allí, por el bar y por los conciertos, que eran en el bar, o en una sala del final de la calle, amigos del bar. Un día nos acostamos, y resultó ser fan del grupo. Resultó ser fan mía. Era rara, Alicia. Hasta el año pasado Alejandro aún la llamaba Yoko.

Traspasé el bar, los chicos se disolvieron, y a otra cosa. Al fin y al cabo yo lo que siempre quise fue escribir.

Nos reuníamos en el bar Bukowski, cómo no, y hablábamos de lo malos que eran los libros de los demás. Yo estaba tranquilo, estaba seguro de que sólo con ir al servicio, mis amigos desplegarían sobre la mesa todo el catálogo de mis defectos literarios. Eran bichos, aquellos cuatro. Tenía que estar alerta. Siempre alerta. Superarme, ser cada vez mejor.

Todo terminó una tarde, habíamos bebido bastante desde el medio día y estábamos enzarzados en una discusión sobre el talento de uno que parecía demasiado bueno como para descuartizarlo sin más en un par de frases ácidas. Yo no había abierto la boca, el tio tenía un montón de fallos evidentes, pero mis amigos no podían verlos porque eran peores que él. Entonces todos parecieron leerme el pensamiento. Dejaron la copa en la mesa, alguno encendió un cigarro, y en un silencio sepulcral, como para consultar al oráculo preguntaron: "Luis ¿tú que crees?"

Llego por fin al final de la calle y saco con dificultad las llaves del bolsillo.

- Ya era hora, Don Luis, cada día abrimos más tarde ¿eh?

Tengo el único quiosco de Madrid con cola en la ventanilla.
Harto, me tienen.

Sheila R. Melhem

viernes, 23 de enero de 2009

NEBULOSA


Cuando terminó la película se les invitó a salir por la misma puerta de emergencia de siempre, situada debajo de la enorme pantalla de la sala. Ésta daba a un corredor insulso que desembocaba en unas escaleras. Una vez abajo, tenían simplemente que empujar la puerta de salida y estarían de nuevo en el exterior. Al hacerlo, le impactó la severa oscuridad de la noche cerrada.
Mientras veía la película, rodada en luminosos parajes naturales, no lejos de allí (un corredor, unas escalinatas y una puerta de emergencia) el Tiempo continuaba con su transcurso lento e implacable. Y la enorme pleamar de los inviernos inundaba de sombras, con su crecida cíclica, los días.
El callejón trasero al que daba aquella salida estaba parcamente iluminado por dos viejas farolas, una de las cuales emitía una luz temblorosa que amenazaba con fundirse.
Hacía frío, así que introdujo sus manos en los bolsillos y las apretujó contra su fondo. Después giró hacia la izquierda y emprendió el camino de vuelta a casa.
Caminó ensimismado con el recuerdo aún fresco de los paisajes chinos, con sus altas montañas, sus lagos sosegados y sus frondosos bosques. La película era lenta y silenciosa. Y el chino le parecía una lengua precisa y contundente. Pero sabía que era solo una impresión pues la desconocía por completo. Inmerso en estas consideraciones llegó hasta la boca del metro. Descendió las escaleras, extrajo el billete, lo picó y continuó mecánicamente hacia la línea 4, la suya, casi sin darse cuenta. Aceleró el paso cuando sintió el ruido del metro que llegaba lo justo como para darle tiempo a introducirse en el vagón antes de que cerrara sus puertas.
Al principio había bastante gente. Después se fue vaciando. Después pudo sentarse. Entonces sacó las manos de sus bolsillos y las apoyó contra su vientre entrelazando sus dedos. Quedaban dos estaciones para llegar a casa y una cierta ansiedad comenzó a apoderarse de él.
Miró al fondo del vagón y apenas había dos pasajeros más. Levantó la mirada y a través de la ventana de enfrente vio su propia imagen reflejada.
Desde hace un año y medio sufría un bloqueo mental y anímico que estrangulaba su talento. Seguramente, debió haberse dado un respiro después de su última novela, pero no quiso. Siguió sentándose frente a su ordenador en la misma mesa de siempre y escribir. Hacía tiempo que no importaba el no contar con una buena trama. Escribía por inercia retratando a flashes el caótico y ecléctico mundo circundante, cosa que no necesariamente es mala en sí. El problema era que aquello se estaba empezando a convertir en algo quizás demasiado recurrente y aburrido. Como sus personajes, cuya voz y autonomía se veían solapadas bajo la de un narrador que, presa del tedio y falto de horizontes narrativos, deslizaba su discurso cada vez con más frecuencia hacia las pantanosas tierras de la digresión.
Mirándose a los ojos sabía que no iba a rebelarse contra aquella desgana. Esperaba carente de esperanza que fuese pasajera. Que el bloqueo se disolviese como su imagen al llegar a otra estación, la suya. Pero año y medio de espera era demasiado tiempo.
A punto ya de encarar la escalinata que le devolvería a la superficie, recordó que hacía frío fuera. De modo que introdujo de nuevo sus manos en los bolsillos de la chaqueta. Mientras subía volvió a mirar al cielo y con cierta nostalgia recordó otros tiempos en los que los relámpagos de la inspiración rasgaban misteriosos la implacable pureza de la noche.
Jorge Plaza

miércoles, 21 de enero de 2009

una promesa un salto

Si se lanzaba, el salto tendría una mezcla de locura, riesgo y estupidez, o acaso un poco de esa adrenalina que andaba buscando. Y si lo hacía, soñaba con saber qué era aquel inmenso territorio salvaje que se extendía debajo de sus pies. Era fácil, pensaba, porque estas cosas siempre suceden así. Un pequeño gesto y un impulso podrían cambiar todo y ya que se había prometido que sería capaz de hacerlo, tal vez, pese a la distancia, ese día había llegado. Poco importaba si le ponían de nuevo en el mismo sitio como si no hubiera ocurrido nada. Poco importaba. Algo iba a ser distinto y la idea del fracaso no se lo arrebataría.
Subió primero los brazos y en silencio trepó la última parte de los barrotes. Luego, alongó su cuerpo hasta llegar al borde. Tomó conciencia de todo aquello desde lo alto. Suponía demasiado, pero no se le pasó ni un momento por la cabeza echarse atrás. Ya estaba hecho y no era un cobarde. Después de unos segundos de duda, saltó. Su madre encendió la luz y lo encontró llorando con el cuerpo tirado por la habitación como si se le hubiera roto algún hueso. Desde la cuna la caída había sido prácticamente perfecta, pero ahora quedaba convencerla de lo que era capaz de hacer. Cuando dejara de llorar se imaginó que ella lo entendería. Tampoco sería fácil.



octavio pineda

martes, 20 de enero de 2009

Pequeña metamorfosis

Cuando era una enana tenía tiempo para parame a mirar a las hormigas. Me resultaba muy incómodo verlas a todas haciendo siempre lo mismo, en cualquier rincón del mundo al que mis pequeños pies o la mano de mi padre me llevaran.

-Nunca seré una hormiga-Esa es una promesa muy simple que al menos uno se dice una vez en la vida.

Después de varias gestiones administrativas, algunos besos perdidos, y millones y millones de patadas dadas al suelo, un día al despertar a las 7:20 eres negra, automata, tonta… Y encima no tienes miedo de que te vean así y no te encierras en tu habitación, dejando que tus padres te den de comer manzanas verdes de vez en cuando…

No. Sales a la calle y haces tu circuito de hormiga. 3000 mil millones de hormigas que han abandonado sus sueños de carne y hueso para ser eso, simples hormigas. Y una vez perdidos los sueños el problema no es haberlos abandonado, sino que empiezas a dejar de soñar…

Los sueños no entran en el mecanismo de la vida de estos animales tecnólogicos, limitados a una programación limitada. De hecho, ese mecanismo es tan perfecto que hasta fabrica su propios sueños. Maquinaria industrial del siglo 21. Para la clase media sueños extremadamente baratos: una casa, un coche, un trabajo fijo… Sueños que podrían resumirse en una sola pesadilla: Un extraño sueña por ti.

Es curioso además que ese mecanismo, en la parte científica, llame sueños a eso que escondemos por la noche, ese secreto perfecto que se autodestruye al abrir los ojos.

Me llamo Lisboa y no quiero ser una hormiga. Tampoco ser un promesa. El problema es que le he robado el cuento a Kafka porque no lo he podido evitar. Perdí ese garabato original, perdí a Lisboa. Ya llegan las palabras: Ir, venir, comida, agujero, oso hormiguero...

A.León

lunes, 19 de enero de 2009

Lorena

-Tener talento- decía Lorena- es sobrevivir a los días. Tú ya me entiendes, quiero decir que con un sueldo y dos hijos, que me llegue para la letra del coche, la hipoteca, los 45 euros de la tele de plasma, el cole de los niños, los babis, que ahora que hay crisis yo votaría por suspender temporalmente la clase de plástica, que las lavadoras son un gasto, y Carmelillo se quemó el babi en la última clase, haciendo no sé qué de quemar madera, veinte euros menos pa la súper mami. El seguro médico, el satélite...
-Pues renuncia a cosas, Lorena, no te me andes quejando si quieres ver la tele con una resoluición exquisita, de eso puedes prescindir, y así te vienes con todos de cañas algún día
-Cañas? Qué es eso? Mira, una noche de cañas a lo tonto son treinta lereles, y yo con treinta lereles como una semana, bonito
-A sopas
-A sopas pero como una semana. Si es que si por lo menos yo dijera, oye, cambio de curro, oye, quito al chiquillo del cole (o lo doy en adopción, que no lo descarto), oye, no como, pues mira, algo de luz vería yo al final del túnel, pero pa qué? Si trabajos, no hay. Aunque ahora eso de limpiar casas de está pagando generosamente, y te digo, a mí no se me caen los anillos por limpiar escaleras. Diseñadora industrial se ofrece para abrillantar suelos, pasar la mopa y dar los buenos días con alegría. Y qué? Me dejo la espalda, pero echo cañas los viernes. O no?
-No te veo mucho
-Tú es que no me ves nada. Involucionar al mundo estudiantil con la excusa de las opos cuando papi paga es guay, a gusto, pero no me digas que no me ves, porque peor lo tendrías tú, que la gente no se fía de la pulcritud de los hombres haciendo de amos de casa, y yo, para darte aliento, te diría que sí, que te hicieras el afeminado o algo, a ver si colaba, no te soltaría un es que no te veo- y pone voz ñoña, Lorena-, porque somos amigos, y si tú no me das esperanza, pues... es que para eso ni te llamo
-Bueno Lorena, tú, reorganiza la economía familiar, dale vueltas, alquila una habitación, qué sé yo, pero espabila, que por lo menos tienes trabajo, y además, follas de vez en cuando. Yo sí, estudiando y lo que tú quieras, pero una oposiciones pueden ser un infierno, y yo estoy al borde del suicidio, que somos 20.000 desgraciados para 30 plazas. Qué? Yo ahí, como un negro echando codos, sabiendo que me voy a quedar giga, tener talento es no desistir, y empecinarse por las buenas causas.
-Mira.... Tú. No tienes casa ni hijos. Lo peor que podría pasarte es que te quedaras ahí entre tus cuatro paredes y el flexo dos años más, porque si ya en tres años y medio no sacas las oposiciones tú no estás hecho pa este mundo, querido, y mira tú, te alquilo mi vida si quieres, tu vas, te organizas, te pones tu horario y listo, cumpliste, Papá, veinte euros... Talento es tener 35 años y pedirle pelas a Papi pa echarte un cine o irte de copas con los colegas y no achicarse, eso es tener dos cojones
-Y luego me pides apoyo y moral
-Ya, pero es que tú deso tienes mucho, y si yo me rebelo y te grito, pues te aguantas, que pa eso me miras desde arriba.
-Yo no te miro desde arriba
-Bueno, pues soy yo, que te miro desde abajo.- Lorena gruñe, se lamenta y le da unas vueltas a la sopa manteniendo el teléfono con el hombro derecho- La que me toca la moral y es que no puedo ni pensar en ella de la rabia que me da, es Marina. Esa sí que encontró un chollo, la trepa hijadeputa, le baja los pantalones al jefe, y ascenso meteórico. Toma directora de ventas. Toma sueldazo y trabajo dando paseitos y echando cafeles con los inversores. A mí no me digas. Justicia? Eso no existe. Tú te crees que Marina se come la cabeza con algo más que con qué me pongo mañana o con quién quedo esta noche? Y encima te la encuentras y te pregunta que taaaaaaal con esa cara de chupapollas. La mataba.
-Pero Marina es una lerda, Lorena, no tiene talento
-Yo soy la que no tiene talento, Manolo, ni tú tampoco, Marina es una genia en su mundo. El talento me lo paso yo por el forro si mi estupidez me permite vivir de lolailo. Voy a ver si anunciándome en plan golosona cae algo, así como... Diseñadora industrial macizorra se ofrece para limpiar despachos con liegerza, y le pongo un guiño, desos del messenger o algo. Eso lo pagarán bien, no?
- ...
Laura Artiles