viernes, 23 de enero de 2009

NEBULOSA


Cuando terminó la película se les invitó a salir por la misma puerta de emergencia de siempre, situada debajo de la enorme pantalla de la sala. Ésta daba a un corredor insulso que desembocaba en unas escaleras. Una vez abajo, tenían simplemente que empujar la puerta de salida y estarían de nuevo en el exterior. Al hacerlo, le impactó la severa oscuridad de la noche cerrada.
Mientras veía la película, rodada en luminosos parajes naturales, no lejos de allí (un corredor, unas escalinatas y una puerta de emergencia) el Tiempo continuaba con su transcurso lento e implacable. Y la enorme pleamar de los inviernos inundaba de sombras, con su crecida cíclica, los días.
El callejón trasero al que daba aquella salida estaba parcamente iluminado por dos viejas farolas, una de las cuales emitía una luz temblorosa que amenazaba con fundirse.
Hacía frío, así que introdujo sus manos en los bolsillos y las apretujó contra su fondo. Después giró hacia la izquierda y emprendió el camino de vuelta a casa.
Caminó ensimismado con el recuerdo aún fresco de los paisajes chinos, con sus altas montañas, sus lagos sosegados y sus frondosos bosques. La película era lenta y silenciosa. Y el chino le parecía una lengua precisa y contundente. Pero sabía que era solo una impresión pues la desconocía por completo. Inmerso en estas consideraciones llegó hasta la boca del metro. Descendió las escaleras, extrajo el billete, lo picó y continuó mecánicamente hacia la línea 4, la suya, casi sin darse cuenta. Aceleró el paso cuando sintió el ruido del metro que llegaba lo justo como para darle tiempo a introducirse en el vagón antes de que cerrara sus puertas.
Al principio había bastante gente. Después se fue vaciando. Después pudo sentarse. Entonces sacó las manos de sus bolsillos y las apoyó contra su vientre entrelazando sus dedos. Quedaban dos estaciones para llegar a casa y una cierta ansiedad comenzó a apoderarse de él.
Miró al fondo del vagón y apenas había dos pasajeros más. Levantó la mirada y a través de la ventana de enfrente vio su propia imagen reflejada.
Desde hace un año y medio sufría un bloqueo mental y anímico que estrangulaba su talento. Seguramente, debió haberse dado un respiro después de su última novela, pero no quiso. Siguió sentándose frente a su ordenador en la misma mesa de siempre y escribir. Hacía tiempo que no importaba el no contar con una buena trama. Escribía por inercia retratando a flashes el caótico y ecléctico mundo circundante, cosa que no necesariamente es mala en sí. El problema era que aquello se estaba empezando a convertir en algo quizás demasiado recurrente y aburrido. Como sus personajes, cuya voz y autonomía se veían solapadas bajo la de un narrador que, presa del tedio y falto de horizontes narrativos, deslizaba su discurso cada vez con más frecuencia hacia las pantanosas tierras de la digresión.
Mirándose a los ojos sabía que no iba a rebelarse contra aquella desgana. Esperaba carente de esperanza que fuese pasajera. Que el bloqueo se disolviese como su imagen al llegar a otra estación, la suya. Pero año y medio de espera era demasiado tiempo.
A punto ya de encarar la escalinata que le devolvería a la superficie, recordó que hacía frío fuera. De modo que introdujo de nuevo sus manos en los bolsillos de la chaqueta. Mientras subía volvió a mirar al cielo y con cierta nostalgia recordó otros tiempos en los que los relámpagos de la inspiración rasgaban misteriosos la implacable pureza de la noche.
Jorge Plaza

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Raro es que yo no tenga las manos frías. Los bolsillos? Un engaño. Yo ya aprendí que pa salvarse del frío hay que guardarse las manos cuando aún están calientes. Como los pies. Y como todo, en general.

Anónimo dijo...

y que escribir no se convierta en un placer sino en un sufrimiento, nos extraña? yo creo que no, hay quien vive con ello y quien sobrevive

Anónimo dijo...

creo a veces que el trabajo, el esfuerzo y el sufrimiento están sobrevalorados, especialmente éste último. En cuanto al placer, debería ser un indicador fiable con el que guiarnos en nuestros quehaceres cualesquiera que sean. Contando con que a veces un esfuerzo pesado reporta un placer futuro que compensa con creces dicho esfuerzo.