viernes, 19 de diciembre de 2008

Japón

Cenaron. Y entonces a él le pareció tarde. Pero no era su casa, así que no podía irse. Sue Lyne es un nombre muy raro, la verdad, y no pega mucho en mi cabeza con nada, porque no he visto la peli ni pensándolo bien sería capáz de ambientar nada en Japón porque no lo conozco. Me lo imagino, al Japón, pero... qué? luces, neones, cuartos chicos, gente moderna, modernísima, vistiéndose de niñas chicas o de sacerdotes, son raritos los japoneses, y esos colorines tan estrambóticos, así que voy a decir Lola. Lola de España coño. Lola que cenó con su querido después de unos cinco años sin verse, después de parir dos hijos y separarse cenó con éste que estaba en su casa y que no podía irse.
- Es tarde, te llevo a casa
- Voy a dar un paseo, no me vengas con bobadas de que si es tarde y va a pasarme algo
- O te alcanzo o te quedas- y no quería que se quedara, pero supuso que ella tampoco,así que lo dijo. Hablaron y se rieron esta noche pero todo el rato hubo una tensión incómoda, como de ahora somos dos desconocidos y no me hacen gracia tus chistes, pero en fín, cenaron y retomaron los dos un capítulo de sus vidas con un Ribera del Duero gran reserva estupendo y unos california maki, que eso sí es japonés, parece, pero lo de california digo yo que será pa acercarse al occidente mundo y vender rollos de arroz envueltos en una cosa que nadie se cree que sean algas. Por eso no hablo de Japón ni de Sue Lynne.

Lola salíó a dar un paseo porque estaba colorada y ebria. Un poco. No es que estuviera tan borracha como para saberse poco dueña de sus actos y temerse. Estaba con una chispa alegre y le dieron ganas de pasear de noche.
- Me quedo. En el sofá. Pero voy a darle un paseo a Laica, ahora volvemos, no es peligroso pasear, sabes? Y en cualquier caso puedo decir Laica, ataca. y ya está.
- Pero Lola no seas perreta, que son las tres
- Que me dejes. Si no, te dejo a tu perra y me voy a casa andandito que ganas no me faltan.
- A casa no te vas sola que son cuarenta minutos y pasas por el Lomo, y el otro día hubieron dos atracos
- bah. Ahora vuelvo.

Miguel las vio salir. Recogió las copas y la botella vacía de la mesa del salón. Atusó los cojines del sofá grande y sacudió las mantas que los salvaron un poco del frío de afuera y del frío de dentro del cuerpo en la cena. Apagó el aparato de música, que ya no sonaba, pero respiraba con ese zumbido de las cosas que no acaban de estar apagadas. Buscó una almohada. O un forro limpio para los cojines y que Lola al echarse en el sofá sintiera que era un hombre de higiene impoluta. Aunque no lo fuera. Y Lola supiera que no lo era. Aunque hoy se hubiese afeitado y limpiado muy bien detrás de las orejas y se hubiera empapado de cool water eau de perfum. No encontró ni fundas ni almohadas de sobra. Fue al dormitorio y golpeó la suya. La miró a la luz en busca de rastros de babas. Le retiró siete pelos negros suyos y dos pelirojos de Rita. La olió. Decidió perfumar a la almohada también de cool water no sin antes ruborizarse pensando en la cara de Lola, en la piel de la cara de Lola, en las pestañas, la boca de Lola apoyados dormidos en su almohada, la misma almohada de todas las noches de Miguel. Encendió una luz chica. Volvió a encender el aparato y puso bajito un cedé brasileño. Mira qué cosa mais linda, máis llena de graçia. Y pensó en Lola. Que por esas andaba andando muy estirada intentando caminar con la columna completamente erguida. Colocando sus vértebras una sobre otra rectísimamente. Y Laica mirando una gata en celo que se desgañitaba en un balcón de la calle Dr algo.
Miguel imaginó si tal vez... y Lola imaginó si...
Y Lola se llevo a Laica a su casa y no dijo nada. Andó los cuarenta minutos estirando los brazos arriba como una pirada. Y Laica detrás mirando los gatos, mirando las cucas, la Luna.
Miguel estuvo cuarenta minutos sentado en el sofá escuchando a gilberto gil abrazando la almohada borracho de colonia de hombre y de besos. Y se durmió. A las nueve, escribió un mensaje.
Lola, espero que sigas viva. Recuerda que la perra es mía. Si la traes, ella entra sola por el hueco de la puerta. No me despiertes. Adios.



Laura Artiles

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusta, y me sorprende.

No me sorprende que me guste,
pero me gusta más porque me sorprende.

La capacidad para sorprender es una de las virtudes que más aprecio de un texto. Por eso este merece una segunda lectura (y tercera) y una crítica privada.

Ole, Lau.

Anónimo dijo...

Qué bueno.
Cuanto más lo leo...

Anónimo dijo...

Eso tenía que haber hecho yo. Eso mismo. Y no devolver la perra nunca jamás en la vida. Mierda de civilización y de modernidad.

(Otra virtud muy apreciable en un texto: que te dé ideas delictivas)