domingo, 23 de noviembre de 2008

Texto IV

1842. El cajón
Un gran cajón de madera va dando tumbos desde Civitavecchia hacia Francia, pasando por toda Italia […] ¿Quién habría de preocuparse de ese señor a quien los periódicos ponen una gacetilla necrológica de seis renglones escasos? Colomb hace abrir el cajón ¡Dios mío qué gran cantidad de papeles y qué escritura tan rara, llena de signos y de claves! ¡Qué caos el de ese maniático de escribir! […] Colomb lo vuelve a guardar todo en el cajón y lo envía a Grozet, amigo de Stendhal. Grozet, a su vez, lo envía todo a la biblioteca de Grenoble para que allí quede todo amontonado indefinidamente. En la biblioteca, se pegan unos billetitos en cada fascículo; se pone además un sello y se registra ¡Resquiescat in pace!
RETRATO
Se dispone a salir […] se da una rápida ojeada en el espejo. Se contempla y, enseguida, un pliegue de sus labios le da una expresión sardónica; no, decididamente, no se gusta a sí mismo. ¡Qué cara tan tosca! Parece la de un bulldog; es redonda, roja, burguesa. Su nariz, gruesa y abultada, se extiende demasiado amplia en medio de su cara pueblerina. Los ojos, en verdad, tal vez no fueran tan feos; pequeños, negros, brillantes de inquietud, pero son demasiado diminutos y están metidos profundamente bajo las cejas gruesas que limitan su frente pesada y cuadrada […] ¿es que hay algo que esté bien en esa cara? Stendhal se contempla con gesto de enfado. Nada es agradable, nada hay delicado, espiritual o vivo en su rostro […] quizá su cabeza redonda y ornada de patillas sea lo mejor que hay en su cuerpo […] más abajo, vale más no mirar, pues se trata de una verdadera panza […] Las manos, en todo caso […] Stendhal se aparta del espejo […] de nada sirve el tinte que da un hermoso color castaño a sus patillas, ha tiempo encanecidas; de nada sirve la peluca que le cubre la calva [...] todas esas cosas disimulan tal vez la vejez, la obesidad, pero, a pesar de todo, ninguna mujer le volverá la vista en los boulevards […] sólo queda una cosa: ser ingenioso, amable, interesante y atraer la atención no a su cara, sino a su interior.
Pocos hay que hayan mentido tanto, y con más pasión mentido al mundo, como lo hizo Stendhal […] en su cubierta o en el prólogo hay ya un nombre que no es el suyo, pues el autor, Henri Beyle, llana y sencillamente empieza por ocultar su nombre. A veces se adjudica un título de nobleza, otras se disfraza con el nombre de "César Bombet" o añade a sus iniciales H. B. unas A. A. Misteriosas […] y la última de sus farsas es, ¡record asombroso de la mentira!, que, por disposición testamentaria, ordena se ponga sobre su tumba una mentira tallada en mármol; así que, en su cementerio de Monmartre, se puede leer la lápida de su sepulcro, que dice así: Arrigo Beyle, Milanese. ¡Él, tan francés, que se llamó Henri Beyle, que fue bautizado en su ciudad natal de Grenoble!
El artista.
Preferible es parecer duro a lacrimoso; preferible parecer poco artista a demasiado patético; preferible ser lógico a lírico. De ahí su lenguaje masticado hasta lo inverosímil; antes de empezar su trabajo, todas las mañanas, lee el Código Civil para habituarse a su estilo seco y preciso […[ quiere claridad y verdad, aun dentro de los sentimientos más complicados quiere luz hasta en los rincones más profundos del corazón. Ecrire es para Stendhal anatomiser […] medir el calor de la pasión por grados de calor, observarla cínicamente como si fuera una enfermedad…
Stefan Zweig, Tres poetas de su vida. [Fragmentos]


2 comentarios:

RodolFa dijo...

Stefan, te sales por toa la banda. Cómo me gustas. yassss

Anónimo dijo...

Gracias Lau, joder, si no fuera por tus ánimos...