Yo limito al norte con mi familia; al sur con mis colegas del curro; al este con mi novia; y al oeste con mi futuro.
Los franceses comen fondue y en el Cantábrico anchoas; cuscús comen en Marruecos y en Italia, pasta. En cuanto a los portugueses, comen lo que sea pero con bacalao.
En mi familia comemos raramente juntos y de hacerlo hay angulas de por medio, pavo relleno y champagne. Con los colegas del curro me como unos marrones que no veas; por la novia como cuando toca, pero voy para famélico y como se imaginarán siempre ando hambriento; en cuanto al oeste, nunca quedo para comer con mi futuro si bien es cierto que brindo por él cientos de veces.
Los vecinos del norte tienen siempre un extraño ascendente sobre uno. A los del sur hay que aplacarlos pues se le suben a uno a las barbas enseguida. Del este lo mismo te llegan las especias que las divinidades. En cuanto al oeste, de ahí raramente llega nada, salvo extrañas botellas con mensajes poco alentadores.
Desde mi más temprana infancia me esforcé en poner barreras a mis amados vecinos septentrionales. Planté minas y espinos anti-hermanos y mostré mi armamento ante mis padres. Contra estos cuidé mi diplomacia a sabiendas de que es más efectiva, con sus muchos pasajes subterráneos, los teléfonos rojos para las guerras frías, y eventual clausura de embajada.
Las fronteras meridionales están por el contrario trazadas a sangre y fuego. El mismo alambre espino y minas anti-hermanos los uso en este asunto, aunque he añadido arsenal nuevo que exhibo ritualmente sobre todo los lunes: batería antiaérea y anticarros, bombarderos y cazabombarderos, helicópteros Black Hawk y un submarino atómico. Pero estoy especialmente satisfecho del trabajo de zapa que realizan mis francotiradores (que ya de paso uso también contra mi novia). Estos lanzan palabras que suelen hacer blanco sin ser vistos. Penetran en las líneas enemigas y atacan donde duele y antes de que puedas darte cuenta ya se han ido.
En cuanto a la novia, además, si ésta no cede y por tanto no llegan las especias de oriente ni las divinidades con sus narcóticos poderes siempre podemos jugar a ser infieles a nuestra religión de estado. Siempre podemos coquetear con alguna otra divinidad medio-oriental.
En cuanto al vecino occidental, es el que más nos tiraniza y contra el cual más inermes estamos. Lo mejor: no rebelarte (después de todo sólo el último golpe es el definitivo).
Cavé zanjas, puse aduanas, nombré embajadores, erguí muros, boté barcos, planté minas, diseñé uniformes para mis desfiles, compré tanques para estas fiestas brutas y misiles para –precisamente- el fin de fiesta y todo para poder decir en pleno ejercicio de mi soberanía algo tan simple como yo, y mío, y mi, y de mí y conmigo, con total seguridad de que no estoy nombrando a otra persona.
J.PLaza
3 comentarios:
hijo mío me gustas... y te temo... desde otro limes lejano
De nuevo genial.
Que nivel Jorge, lo pones dificil.
Tone
Por suerte, te extralimitas.
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