miércoles, 12 de noviembre de 2008

La increíble historia del barrio menguante.

Tirso de Molina.
Sol, Gran Vía, Tribunal.

El mapa del centro de Madrid vive dentro de algunas canciones de Sabina, esas que van a acabar como las de Armando Manzanero: nunca se crearon, nunca se destruyen y viven en la cabeza de las habitantes en forma de leve tarareo.
Un horror.
O un pasaporte a la posteridad, según se mire.

La plaza de Tirso de Molina, y la célebre boca de metro, están muy cerca de mi casa. Unos cien o cientoveinte pasos al norte, más o menos. Antes yo no vivía dónde vivo ahora, pero también vivía muy cerca de la plaza, concretamente unos 50 o 60 pasos al oeste. En aquel momento, la plaza de Tirso era un rectángulo de piedra que se levantaba en el centro de seis o siete calles. Tras subir los cuatro peldaños que la elevaban sobre los transeúntes, se abría un espacio rodeado de árboles (recuerdo los árboles, sobre todo, las hojas que alfombraban la plaza en otoño, que cambiaban de color, que te sacaban de Madrid) y plagado de bancos, muros y bordes de los que apropiarse. La plaza estaba muy descuidada, y como en todos los rincones más o menos "cómodos" de Madrid, había gente durmiendo, cada vez más gente, que dormía, comía y bebía en la plaza. Esto empezó a convertirse en un problema, sobre todo porque la plaza está en pleno centro de Madrid, y digamos que representaba un margen claro, el comienzo del barrio más al sur del centro, las puertas de Lavapiés.

Madrid es un cúmulo de ciudades, lo mantendré siempre, de ciudades pequeñas o incluso pueblos que conviven en un espacio casi supraurbano que se obliga a sí mismo a ser moderno, pionerio, capital.

El caso es que si uno cruza el centro de la ciudad de norte a sur haciendo una línea más o menos recta, notará los cambios de actitud, de limpieza, de diseño urbano y de población nítidamente. Tirso de Molina empezaba a convertirse, en aquellos tiempos de árboles y escalones, en una de esas zonas fronterizas que se vuelven conflictivas, no necesariamente porque haya más conflictos, sino porque se hacen más visibles.

Fue entonces que empezaron las obras. Decidieron remodelar la plaza y eso nos tuvo mucho tiempo paseando entre los escombros. A la vez comenzaron a remodelar otra plaza, 20 metros más abajo, casi enfrente de mi casa, ya en pleno barrio. Era la plaza dónde los chinos celebraban el año nuevo, el año nuevo chino, claro. Un espectáculo.

Yo estuve especialmente atenta a los acontecimientos. Cada día observaba la obra al pasar, asistiendo a cómo iban rompiendo uno a uno los bloques de la plaza, los muros, los escondites. Podaron todos los árboles y talaron muchos de ellos. Aquello duraba lo bastante como para que las personas que dormían allí se buscaran otro sitio. Debía ser esa la estrategia.

El día que inauguraron la plaza remodelada yo me la encontré como por sorpresa. Subía por mi calle media dormida, muy de mañana, cuando me dí cuenta de que faltaban las vallas. Aceleré el paso, nerviosa, lo único que podía ver era un espacio diáfano, una enorme abertura entre los tejados. Los árboles, rapados, vivían ahora en parterres de bordes finos y en pendiente. Los bancos, individuales y ergonómicos, convivían con la fuente, unos siete chorros de agua que emergían del suelo, mojando gran parte de la superficie de la plaza. No había un sólo bordillo, un muro, ni un lugar en el que sentarse a leer.

Pocos días después desaparecieron las vallas de la plaza de los chinos. Era también diáfana, salpicada con algunos arbolitos enclenques, casi arbustos, pero con una diferencia.
A lo largo y ancho del espacio habían organizado, simétricamente, unos bloques macizos, horizontales, dónde cabría uno acostado. Camas de cemento.

Hoy Lavapiés empieza 20 metros más abajo, Tirso tiene adornos navideños, y no sé dónde habrán ido a parar los chinos, con su dragón de colores y sus petardos.

Respecto al campamento al aire libre de la plaza, en verano nos hace muy buen servicio.

Soluciones para todo.

Sheila R. Melhem

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Querida. Que usted pasee por las ciudades las revaloriza. Por lo que ve, digo, y por lo que siente.

Anónimo dijo...

y las empinadas cuestas del madrid de cemento son inconfundibles, y qué gran invento el de las sillas-islas en medio de los parques...las conversaciones con altavoz... gracias por recodarlas, pobres, solitarias, ambiguas..


sabadete