Susana empezó siendo Pícara76 y lo mantuvo unos cinco o seis meses.
Le dio para tres relaciones formales, dos de ellas simultáneamente, y para cuatro polvos de urgencia una serie de domingos en los que se encontró desmedida y voluptuosa.
Le fue bien. Los tipos de los polvos no eran extremadamente raros, y hablaban y pronunciaban las erres con normalidad. Susana les abrió la puerta después de tres minutos de estudio macroscópico vía telefonillo. Los recibió desnuda con dos copas de champan entre los dedos. Así de clásica y apasionada era Susana. Ellos, los cuatro, enloquecieron. Para Susana ninguno valió tanto como para repetir, así que les bloqueó en el chat y llamó a movistar para restringir sus llamadas entrantes. Ellos insistieron desesperados, googlearon Pícara76 y Susana a secas sin resultados satisfactorios unas diez mil veces. Y al tiempo, la olvidaron. No sin antes hacer guardia en el portal, estrictamente, algún sábado de borrachera y amor romántico. Y tampoco volvieron a verla. Susana se aburrió pronto de sus flirteos fantasma. Y decidió, de puro tedio, inventarse a dos personas: Roberto (guaperas, triunfador, madurito de ojos verdes y lánguidos andares) y Venancio (fontanero jubilado que se ocupaba en redescubrir su sexualidad, tantos años maltratada).
A la semana ya había recosntruído cinco vidas. Las cinco, tres aliñadas por Roberto y dos por Venancio, que también mentía como un cosaco y se decía médico estomatólogo en lugar del fontanero que Susana había decidido que fuera, brillaban en estos días con mejor suerte que hacía siete lunas. A Susana le pareció milagroso. Una tal Sara, reciente cibernovia de Roberto, le decía que hacía muchísimo tiempo que no se ilusionaba con la vida, qué cuánta paz le había metido en el pechito en tan poco tiempo, que cómo era posible tanta conexión viniendo de un hombre de tal exclusividad social. Sara lo miraba desde las vergas flacas que tenía por pestañas y Rober le decía que le gustaban sus hombros dulces. Y que ella era para él, la raíz que lo conectaba con la tierra, salvándolo de lo frívolo de las altas alcurnias donde navegaba.
Venancio, a lo sumo, podía atender dos conversaciones a la vez. Susana, por su parte, moderaba el teclear al de un señor de sesenta y cinco años, y respondía a las preguntas según el día: los más aplicados, contextualizaba y se ponía una foto al azar que suponía suya en el escritorio y le inventaba una retahíla de dramas a Venancio, que él luego contaba con la parsimonia de los viejos solitarios. Otras, los días más locos, respondía aleatoriamente, sobretodo si andaba Venancio cobrando vida, adjudicándose identidades exhuberantes, tipo: Farfullo, un jovencito ardiente y virginal, que hablaba pues como un fontanero, o Malote16, un adolescente en el pico de su rebeldía intrínseca.
Las complejas construcciones de Susana la fueron alejando de la vida real. Acabó manejando la relación de Rodri con Sara, Leti79 y Cocoteroazul al mismo tiempo que la de Venancio con Lola50 y Chicot-E (que rima con zipote, por eso insitió Venancio en conocerle, por lo sugerente, aunque en realidad fuera su vecina del quinto, la de Susana). Además, todo se le tornaba a Susana como un bucle sin fina lal toparse, sorprendida, con las identidades inventadas de sus propios monstruos: Farfullo, Malote16, códigoPENAL o A-ma-me30. Yo, la que narra, supongo que todos nos inventamos, pero no tanto. Una locura. Meticulosa. Ingente cantidad de datos y habilidades para tantos personajes, tremendos guiños y particularidades, manías locas. Y siempre cada uno la suya.
Hubo días en que Susana echó en falta sus relaciones rápidas y verdaderas con desconocidos. Para no inventarse tantos matices. Para no tener que controlar la (i)rrealidad con tremenda cautela. Para no medir los datos que suministraba a cuentagotas (para que no perdieran interés) a sus contactos del chat.
Sobretodo una de sus creaciones la entusiasmó por sorpresa. Germán. Susana decidió que treinta y dos. Guapo, de esos guapos que si se recortan la barba ya no son guapos, de los naturales. Rarito desde chico, venido a más, desde que se encontró con algunos de los suyos en la facultad de filología (la confraternización entre marginados es de una terapéutica pasmosa) . Filología Inglesa por el amor a London (pronunciado landan, por hombre viajado). Desaliñado. Estudiadamente desaliñado. Vaqueros raídos, chaquetón militar de hace veinte años, verde grisáceo. Playeras con sólo uno de los cordones rojo. Para recordárse a sí mismo la sangre que lo mantenía vivo y sufriente. Libro en mano con rigor. Milimétrica la caligrafía en los márgenes del libro que fuera. Sin excepción. Habla holgada. Verbo chispeante (y dramático, según las vísceras). De una prolífica producción literaria y pensamentística. Posmoderno. Rabiosamente. Le construyó un blog y le puso gafas de pasta por las tres dioptrías en el ojo izquierdo. Y ahí sigue Susana, tras su parto sin dolor, disfrutando de ella, y de él y de todos los que alcanza a conmover con sus delirios, posteados a diario estrictamente para ellos, que quién sabe si también son verdad o son mentira.
Le dio para tres relaciones formales, dos de ellas simultáneamente, y para cuatro polvos de urgencia una serie de domingos en los que se encontró desmedida y voluptuosa.
Le fue bien. Los tipos de los polvos no eran extremadamente raros, y hablaban y pronunciaban las erres con normalidad. Susana les abrió la puerta después de tres minutos de estudio macroscópico vía telefonillo. Los recibió desnuda con dos copas de champan entre los dedos. Así de clásica y apasionada era Susana. Ellos, los cuatro, enloquecieron. Para Susana ninguno valió tanto como para repetir, así que les bloqueó en el chat y llamó a movistar para restringir sus llamadas entrantes. Ellos insistieron desesperados, googlearon Pícara76 y Susana a secas sin resultados satisfactorios unas diez mil veces. Y al tiempo, la olvidaron. No sin antes hacer guardia en el portal, estrictamente, algún sábado de borrachera y amor romántico. Y tampoco volvieron a verla. Susana se aburrió pronto de sus flirteos fantasma. Y decidió, de puro tedio, inventarse a dos personas: Roberto (guaperas, triunfador, madurito de ojos verdes y lánguidos andares) y Venancio (fontanero jubilado que se ocupaba en redescubrir su sexualidad, tantos años maltratada).
A la semana ya había recosntruído cinco vidas. Las cinco, tres aliñadas por Roberto y dos por Venancio, que también mentía como un cosaco y se decía médico estomatólogo en lugar del fontanero que Susana había decidido que fuera, brillaban en estos días con mejor suerte que hacía siete lunas. A Susana le pareció milagroso. Una tal Sara, reciente cibernovia de Roberto, le decía que hacía muchísimo tiempo que no se ilusionaba con la vida, qué cuánta paz le había metido en el pechito en tan poco tiempo, que cómo era posible tanta conexión viniendo de un hombre de tal exclusividad social. Sara lo miraba desde las vergas flacas que tenía por pestañas y Rober le decía que le gustaban sus hombros dulces. Y que ella era para él, la raíz que lo conectaba con la tierra, salvándolo de lo frívolo de las altas alcurnias donde navegaba.
Venancio, a lo sumo, podía atender dos conversaciones a la vez. Susana, por su parte, moderaba el teclear al de un señor de sesenta y cinco años, y respondía a las preguntas según el día: los más aplicados, contextualizaba y se ponía una foto al azar que suponía suya en el escritorio y le inventaba una retahíla de dramas a Venancio, que él luego contaba con la parsimonia de los viejos solitarios. Otras, los días más locos, respondía aleatoriamente, sobretodo si andaba Venancio cobrando vida, adjudicándose identidades exhuberantes, tipo: Farfullo, un jovencito ardiente y virginal, que hablaba pues como un fontanero, o Malote16, un adolescente en el pico de su rebeldía intrínseca.
Las complejas construcciones de Susana la fueron alejando de la vida real. Acabó manejando la relación de Rodri con Sara, Leti79 y Cocoteroazul al mismo tiempo que la de Venancio con Lola50 y Chicot-E (que rima con zipote, por eso insitió Venancio en conocerle, por lo sugerente, aunque en realidad fuera su vecina del quinto, la de Susana). Además, todo se le tornaba a Susana como un bucle sin fina lal toparse, sorprendida, con las identidades inventadas de sus propios monstruos: Farfullo, Malote16, códigoPENAL o A-ma-me30. Yo, la que narra, supongo que todos nos inventamos, pero no tanto. Una locura. Meticulosa. Ingente cantidad de datos y habilidades para tantos personajes, tremendos guiños y particularidades, manías locas. Y siempre cada uno la suya.
Hubo días en que Susana echó en falta sus relaciones rápidas y verdaderas con desconocidos. Para no inventarse tantos matices. Para no tener que controlar la (i)rrealidad con tremenda cautela. Para no medir los datos que suministraba a cuentagotas (para que no perdieran interés) a sus contactos del chat.
Sobretodo una de sus creaciones la entusiasmó por sorpresa. Germán. Susana decidió que treinta y dos. Guapo, de esos guapos que si se recortan la barba ya no son guapos, de los naturales. Rarito desde chico, venido a más, desde que se encontró con algunos de los suyos en la facultad de filología (la confraternización entre marginados es de una terapéutica pasmosa) . Filología Inglesa por el amor a London (pronunciado landan, por hombre viajado). Desaliñado. Estudiadamente desaliñado. Vaqueros raídos, chaquetón militar de hace veinte años, verde grisáceo. Playeras con sólo uno de los cordones rojo. Para recordárse a sí mismo la sangre que lo mantenía vivo y sufriente. Libro en mano con rigor. Milimétrica la caligrafía en los márgenes del libro que fuera. Sin excepción. Habla holgada. Verbo chispeante (y dramático, según las vísceras). De una prolífica producción literaria y pensamentística. Posmoderno. Rabiosamente. Le construyó un blog y le puso gafas de pasta por las tres dioptrías en el ojo izquierdo. Y ahí sigue Susana, tras su parto sin dolor, disfrutando de ella, y de él y de todos los que alcanza a conmover con sus delirios, posteados a diario estrictamente para ellos, que quién sabe si también son verdad o son mentira.
LaU
6 comentarios:
¿Mirc?
A falta de una segunda lectura, esto da para una novela...
Vaya risas me regalas, estas tardes de martes.
muá
hija de Pessoa, es realmente Laura la que escribe? jejeje,
colocccccc
Que mal se toman algunos los desengaños digitales...
Los desengaños digitales no son muy diferentes de las frustraciones físicas del mundo real...salvo en que, efectivamente: "quién sabe si también son verdad o son mentira."
Wow, me ha encantado, el ritmo, la historia, todo. genial.
Gracias, Pí. Bienvenida seas! Halagadísssssima me dejas!
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