viernes, 13 de febrero de 2009

generaciones

al terminar la clase, el profesor me pidió que pasara por su despacho el día siguiente, a la hora de la tutoría. solo podía deberse al trabajo que le había presentado sobre lo irreal del espacio en la novela de Rodrigo Gusian, Capítulos en curso. él, como teórico, no aceptaba mi propuesta de estudio porque ahondaba en la relación personaje-espacio, hasta desvirtuar la necesidad de un personaje en una trama mientras que él asociaba la descripción del ambiente a la situación vital del personaje, como si un lugar sombrío estuviera causado por la paranoia y el terror del protagonista.
estuve pensando mucho aquella noche, imaginando lo que me podía decir el profesor, pensando qué me encontraría en el camino, y finalmente elegí la opción más diplomática: en caso de conflicto afirmaría con la cabeza, y eso no me llevaría a cometer ningún error.
acudí a la universidad pronto, una media hora antes del encuentro. había aceptado gustoso aquella pequeña invitación y fui con la motivación justa para no parecer altivo, ni mucho menos aparentaba las ganas de una confrontación. no estuve nunca de acuerdo con su forma de enseñar, y menos aún con la de corregir. a menudo me imaginaba dando clases, quitándole su puesto fosilizado de profesor. hacía falta cambiar las cosas.

subí a la tercera planta del edificio en el ascensor, y al abrirse la puerta, lo vi todo oscuro y recordé que una vez había subido a aquella planta, donde estaban los despachos de los profesores, y me había fijado en las pocas luces que alumbraban el pasillo. llevaba tiempo sin pisar aquel lugar, pero aún así, todo resultaba parecido. confieso que no soy muy amigo de los lugares cerrados, y mucho menos de lo espacios sin ventanas.
al salir del ascensor, fui directo a la puerta del despacho número 7, donde ponía: Profesor Augusto Neda Moretti, Teoría y Crítica literaria. toqué suavemente y esperé unos segundos alguna contestación. no oí nada, por lo que volví a tocar. en ese momento, al fondo, a mi derecha, visualicé algo irreconocible que se movía. seguía todo oscuro por lo que mi cabeza empezó a imaginarse cosas extrañas (y es que uno de los motivos de mi repulsión a los lugares oscuros es esa incertidumbre y ese imaginario que tengo, que tiende a regresar en cuanto estoy en un lugar así). de pronto mi corazón se aceleró y comencé a sufrir una pequeña taquicardia que derivó en un sudor frío que recorrió toda mi piel. aquello que se movía parecía que se acercaba y había comenzado a hacer un ruido agudo, casi un chirrido, mientras avanzaba. me pregunté qué hacía y cuáles eran mis opciones, ¿qué estaba ocurriendo? en ese momento, justo cuando más angustia sentía, me desplomé en el suelo, caí fulminado por un mareo repentino.

al cabo de unos minutos recuperé la conciencia. mi profesor me dijo que tardé unos minutos en volver a un estado normal. en su cara mantenía una sonrisita condescendiente, algo cínica. odiaba ese gesto. yo no sabia muy bien como había llegado al sillón de su despacho y eso me transtornaba un poco. él, sentado, se tocaba la barba y se aseguraba de que yo había recuperado todos los sentidos. recuerdo todavía lo que me dijo.
- los lugares pueden sugestionar y pueden crear el ambiente del relato, claro. pero no es lo mismo, y en eso los dos estamos de acuerdo, localizar una historia en una playa paradisiaca que en una carretera abandonada que cruza alguno de los pueblos abandonados de la meseta. es indudable. creo que hoy debes aceptar que mi teoría del personaje como eje central de la trama es la correcta.
-¿por qué?- le respondí, aunque creía saber a dónde quería ir.
- hoy -continuó- tú mismo has verificado algo inherente a la escritura, uno de sus fundamentos básicos. si el personaje introduce su ensoñación, su miedo, su angustia, su paranoia o su fortuna, el espacio y el medio se convierten en una extensión de sí mismo. el protagonista transforma el alrededor en un bodegón de su conciencia.
- sí, es cierto...- acepté algo resignado- bueno, yo me tengo que marchar, se me ha hecho tarde, gracias por su ayuda.

recuerdo que salí de su despacho en silencio y con el gesto agachado, dándole las gracias. aquel día no se me olvidará nunca. en el trabajo sobre Gusian me puso un 10, y creo que fue la única nota alta de toda mi carrera. al cabo de los años, no sé si lo eché de menos y no sé si me dio pena cuando supe que se jubilaba, ni si lo llegué a odiar. todavía lo veo como si fuera hoy. ahora es una de las primeras cosas que le digo a mis alumnos en la universidad. si saben controlarse a sí mismos controlarán el texto y el espacio.

probablemente alguno crea lo contrario.


octavio pineda

7 comentarios:

RodolFa dijo...

Y el mundo, qué coño!

(ahí te quiero ver)

Anónimo dijo...

casi me desmayo yo tambien. este finde he bebido bermejo en Lanzarote a tu salud, ya nesecitaba controlar otro espacio que no fuera el fechi. proximos objetivos Bilbao, y Touluse para visitar a un tal señor augusto neda. Un abrazo chavalote

Anónimo dijo...

Está fibrilando! Lo perdemos! Traed las palas! Rápido doscientos miligramos de cuentiticilina! No hay pulso!

Anónimo dijo...

"Controlar el texto y el espacio", dice. Me pone nerviosa con estas cosas.

Don Peperomio dijo...

pip
pip
piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip
hora de la muerte? tres y veiticinco. Voy a hablar con los familiares.

6 dijo...

Está congelado, mi niño, como Walt Disney

Anónimo dijo...

Quieroooo leer más... Por qué no hay textos de 2010? Es qué nadie se ocupa más de este blog? :(