-¡Sacrotuberoso!- Y ella le acarició el vello labial y la cara de rótulo despegado.
Sin mirarla (porque mirar era de nuevo santiguarse) él siguió de rodillas refunfuñando por los colgajos y la cicatriz que le avisaba que la entrepierna había sido corneada por un mástil salvaje.
-¡Sarcófago de huesos!- Volvió a decir estrujándole el pelo y emitiendo arcadas diminutas y decoloradas...
-¡Chula!- Increpó. Y gritó -¡cretina!- con una leve punzada muscular que le devolvió de aquellas orillas abiertas su cara de romántico intrauterino adherido a la lengua.
Después de la postura y con la espalda torcida se acercaron a besarse y pasar los labios húmedos por la boca... Ella acababa de relajar los brazos y la últimas vertebras de la columna esperando el beso ensalivado y líquido. Terminado todo, recogieron la ropa y volvieron a mirar sus cuerpos famélicos y estrechos, aparentemente inofensivos, hasta que él le enfundó la bata blanca, y la de ella cayó en sus hombros como una gasa vencida. Él repitió el gesto y la acompañó a la puerta mientras se colocaba el pelo. Los dos se miraron, y antes de salir al pasillo dijeron:
-sacrotuberoso
-sarcófago de huesos
Y se tocaron la pelvis insinuante.
octavio pineda
Sin mirarla (porque mirar era de nuevo santiguarse) él siguió de rodillas refunfuñando por los colgajos y la cicatriz que le avisaba que la entrepierna había sido corneada por un mástil salvaje.
-¡Sarcófago de huesos!- Volvió a decir estrujándole el pelo y emitiendo arcadas diminutas y decoloradas...
-¡Chula!- Increpó. Y gritó -¡cretina!- con una leve punzada muscular que le devolvió de aquellas orillas abiertas su cara de romántico intrauterino adherido a la lengua.
Después de la postura y con la espalda torcida se acercaron a besarse y pasar los labios húmedos por la boca... Ella acababa de relajar los brazos y la últimas vertebras de la columna esperando el beso ensalivado y líquido. Terminado todo, recogieron la ropa y volvieron a mirar sus cuerpos famélicos y estrechos, aparentemente inofensivos, hasta que él le enfundó la bata blanca, y la de ella cayó en sus hombros como una gasa vencida. Él repitió el gesto y la acompañó a la puerta mientras se colocaba el pelo. Los dos se miraron, y antes de salir al pasillo dijeron:
-sacrotuberoso
-sarcófago de huesos
Y se tocaron la pelvis insinuante.
octavio pineda
1 comentario:
Mucho mucho mucho mucho mucho mucho mucho mucho mucho me gusta su texto.
Surrealista, porque hay venas incontrolables, y genial.
Quiero máaassss!!
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