-Pero... ¿acaso un muerto tiene psique e inteligencia como para dejar que la imaginación vuele libre aun después de muerto?
-Considerar que el muerto cacece de psique es pura convención. Que el cuerpo del difunto parezca yerto y ajeno a toda sensación física externa no es más que apariencia. Según nuestra filosofía -basada en la praxis- nadie está lo bastante muerto como para dejarse sucumbir por segunda vez cuando los placeres de la carne te incitan a ello.
-Pero para morir dos veces haría falta primero volver a la vida. Y eso, hasta donde yo sé, es imposible.
-y esa ignorancia tuya se volverá conocimiento con la lección de hoy.
-Estoy deseando escucharla.
-¿Para ponerla en práctica?
-Cuantas veces fueran necesarias.
-Sinvergonzona...
Pues bien, en los Anales de la Historia Libertina existe un capítulo reservado a los que como tú han sido ya iniciadas en los principales misterios. Sin embargo, aquellos sobre los que este capítulo versa hablan de cosas que no debieran salir de estas cuatro paredes.
Toma aire y escucha con atención.
Has de saber que en el santuario del libertinaje tenemos santos y santas cuyos milagros han sido vistos por numerosos testigos que han dado fe de su veracidad.
El primero, y tal vez por ello más insigne de todos, lo realizó nuestra santa tatarabuela la Marquesa de Sade, quien fue erigida a los altares de la Santidad Libertina en virtud de un milagro único: devolver la vida a un muerto, de nombre Lázaro, a cuyos ojos ya opacos a la luz, a cuyas manos yertas ya e inmóviles y a cuyo cuerpo gélido todo él, devolvió la luz, el movimiento y el calor húmedo que habita en la entraña de los vivos.
-¿Y cómo se explica eso?
-Lo explica cierta máxima nuestra a la perfección.
-¿Y cuál es?
-"El placer es más fuerte que la muerte".
-Pero no logro penetrar el enigma que este misterio encierra...¿Cómo es posible dar placer a un muerto?
-Lo primero, querida, es que no todos los muertos son iguales. Para que un muerto halle placer aun después de muerto son necesarias ciertas condiciones que tan solo un cadáver verdaderamente libertino puede reunir.
-¿Y cuáles son?
-A esto te diré que basta saber que que no a todos los muertos el rigor mortis les sienta tan mal, pues he aquí que al verdadero libertino lo reconocerás porque morirá armado en todo su vigor y listo para acometer toda clase de tropelías sexuales postmortem y ad eternitas.
-Pero eso es, Dolmancé, absolutamente antinatural. Yacer con un muerto es, es...
-¿Pero cómo antinatural!... ¿no es acaso la naturaleza quien le ha dado al muerto su viril aspecto?
-Sí...
-Pues he aquí que el tal Lázaro, súbdito del marquesado y celebérrimo libertino, murió armado. Y que nuestra tatarabuela, tan pronto como tuvo noticias de ello, se apresuró a saciar su santa curiosidad con el finado. Y hete aquí que se obró el milagro. Un milagro que los vivos vieron expresarse en forma de vuelta a la vida de un cuerpo ante cuyas acometidas sexuales de aquella hembra magnífica que fue nuestra tatarabuela, cuyos exuberantes senos y glúteos mezclados con un saber hacer sin parangón devolvieron el aliento a Lázaro. Y que el mismo Lázaro fue quien relató, una vez hubo saciado su apetito sexual con sorprendente vitalidad, cómo su alma retornó a su cuerpo.
Según contó, una misteriosa voz le llamó desde la orilla del Más Acá cuando se encontraba embarcado cruzando el Estigia. Y que dicha llamada -la de la carne sin duda- le devolvió la energía como para desamordazarse y en un acto de extrema valentía detener el cansino remar de Caronte al que obligó a dar media vuelta con palabras tan persuasivas como persuasivos fueron sus gruñidos.
-¿Pero es maravilloso! Estoy deseando ponerlo en práctica yo también.
-Todo a su tiempo, todo a su tiempo.
En cualquier caso, has de saber que no hay milagro sin conjuro. Y que para que éste tenga lugar has de pronunciar ciertas palabras secretas. Promete Eugenia que las guardarás como un secreto so pena de muerte.
-Lo prometo.
-Pues entonces, has de saber que cuando te enfrentes al muerto pondrás en práctica las maniobras de seducción que tan bien conoces al tiempo que pronuncias las palabras siguientes:
¡Eh, tú, muerto!
¡Vuélvete y toma estos manjares que te ofrezco!
¿O eres acaso un frívolo fiambre desagradecido?
Toma lo que es tuyo antes
de ser pasto para el fuego
o nido de gusanos bajo tierra.
¡Un póstumo amor ilícito te ofrezco!
¿Vuelve, muerto, si eres lo bastante
hombre aún para tomarme!
Jorge Plaza
3 comentarios:
Me agarro a la posibilidad de la tatarabuela, sabia de pura vejez o de puro sexo. Pero am ñi que me resuciten. Aún con un vigor sutil. Que yo verme obrando milagros... no me veo.
Ja
Frívolo fiambre desagradecido...
Dan ganas de emborracharse para poder decirlo muchas veces, cada vez más alto.
sublime y mortal
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