miércoles, 5 de noviembre de 2008

El lápiz

Luis acaba de encender el televisor. Para ello ha tenido que levantarse y apretar el botón él mismo porque el mando se ha quedado sin pilas. Maldice su mala cabeza, de esto hace ya dos semanas y siempre que va al supermercado lo olvida. Mientras aguarda las noticias deportivas del canal 24 horas, su enfado desaparece al constatar que el informativo lo da su presentadora favorita. Al tiempo en que ésta informa acerca del último premio Nobel de las ciencias por no sabe qué rollo físico de simetrías repasa al detalle el rostro de la presentadora. Rubia, corte “casco”, grandes ojos verdes y brillantes flanqueando una nariz pequeña de ínfimas narinas, cutis límpido y claro en el que resaltan los pómulos como elegantes colinas toscanas, y una boca de labios gruesos y húmedos que brillan a la luz de los focos del estudio. Pero antes de que pueda resumirlo con un qué guapa pasan las imágenes de unos chinos excéntricos con gafas mezcladas con otras del espacio lleno de estrellas y planetas y asteroides. No comparto tu opinión, las impresiones estéticas fueron, son y serán siempre absolutamente convencionales -replica Andrés Lieberman a la aseveración de su amigo y contertulio el profesor Julio Paganno acerca de la universal sensación estética que experimenta todo ser humano ante el orden. Son las once y media de la mañana y charlan animadamente en una cafetería próxima a la faculta de letras de Córdoba, Argentina. Ya de chiquitos nos gusta ordenar las cosas -continúa Paganno-, si no mirá a los bebitos tratando de hacer encajar cada piecita en su sitio, que si el triangulito acá, que si el cuadrito allá… sin descanso hasta que lo encajó todo.
Pero es por eso que es pura convención, es en ese instante cuando empiezan a educarnos en la necesidad de encajar las cosas, en el convencimiento de que todo tiene que encajar necesariamente en algún lado, y ahí se armó el quilombo.
La rima y metro están en todas las poesías del mundo, eso no es una hipótesis sino un hecho, al ser humano le encanta encajar cosas de siempre, disfruta como un pibe con la repetición, y la rima ¿qué es?, ¡repetición de sonidos! -pará de una vez boludo, no vas a llegar a ningún lado… el padre Giovanni ha terminado con sus tareas del día. Hoy bajó al pueblo a comprar existencias y cosas para la comunidad. Hace veinte años, cuando llegó por vez primera a este recóndito lugar de Siria, el monasterio era únicamente un montón de ruinas. Entonces estaba solo, hoy son una pequeña comunidad de tres monjes y dos monjas. Además, por allí pasan a cuentagotas diversos visitantes que pueden quedarse el tiempo que quieran a cambio de participar activamente en la vida comunitaria. La instalación eléctrica es muy precaria, todo funciona a base de unos pequeños generadores que usan únicamente para iluminar las bombillas del patio, cocina y dependencias. Por fin tiene un rato y se anima a leer el periódico. Tres japoneses reciben el premio Nobel por su contribución al estudio de las rupturas de simetrías que hicieron posible el universo tal y como es hoy. Y allí en el patio de su monasterio, a la luz de una escuálida bombilla que le alumbra en medio del inmenso desierto sirio, no puede evitar mirar al cielo y sobrecogerse ante la idea de no ser más que las chispas de una vieja explosión que aún hoy alumbra -como una mísera bengala- la oscuridad del espacio al que ha sido arrojada. Madrid. Domingo intenta en vano poner en pie un lápiz sin punta sobre el suelo del salón de su casa. Nunca logra que éste se mantenga derecho por el tiempo suficiente. Siempre cae. De su caída se levanta el ruido de la madera golpeándose dos veces contra el suelo. Domingo se tumba boca arriba junto al lápiz y cierra sus rasgados ojos chinos. Imagina el universo. Anoche vio el telediario con sus padres y ahora cree que, bien visto, el universo es un lápiz que perdió el equilibrio.

J.PLaza

1 comentario:

6 dijo...

Bárbaro pibe.
Mis felicitaciones.