Pone el lápiz en posición vertical y lo sujeta por el extremo opuesto a la punta con los dedos índice y pulgar. No sabe qué, pero ahí tiene que haber algo. Como el famoso huevo de Colón. Sí, pero qué. Hay un lápiz, y alrededor del lápiz, cercándolo, algo más. Casi puede verlo. Suelta los dedos y el lápiz cae como un árbol talado en miniatura, como si un árbol minúsculo hubiera brotado, redundante, de la superficie de madera de la mesa de la cocina y hubiese sido talado por un leñador diminuto que nadie sabe dónde está. Eso explica que el árbol haya rebotado al caer y haya producido una especie de mensaje en Morse, punto raya punto punto punto. ¿Qué más? Recoge el lápiz y lo vuelve a poner en posición vertical. Lo suelta. Punto punto raya raya. Aparta el cuenco de arroz y con el mismo lápiz garabatea sobre la misma mesa de la cocina lo que lleva de mensaje. En cuanto anota la última raya lo deja caer de nuevo. Punto. Otra vez. Raya. Y otra. Punto raya punto. Punto punto punto. Y raya.
Josué Hernández
1 comentario:
tú eres un hijo de ribeyro, sú
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