lunes, 22 de diciembre de 2008

Algo en lo que creer

En un principio, utilizaron el aceite como lubricante. Al cabo de un tiempo, y después de comprobar que había manchado de forma irreversible mantas, sábanas y colchones (y en concreto una manta blanca que la compañera de piso de ella había heredado de su madre, y ésta a su vez de su madre, y así sucesivamente hasta remontarse a la innoble Guerra de los Treinta Años), decidieron pasarse a un lubricante especial que ella compró en una farmacia a la vuelta del trabajo. El lubricante en cuestión era ecológico, incoloro, inodoro, indoloro, fresco, testado dermatológicamente y, lo más importante, no dejaba manchas de ningún tipo. Sin embargo, él siempre echaría de menos sentir cómo el aceite se derramaba del culo de ella como de los bordes de piedra de una fuente, y también, secretamente, aquellos lamparones que eran como un test de Rorschach o las apariciones marianas. Algo en lo que creer.
Quizá por eso, cuando ella empezó a pedirle que le pusiera aceite sobre la panza, él procedió con calculada naturalidad, tratando de disimular la excitación primero y la erección después. Eso duró hasta la primera manifestación del bebé en forma de patadas, que le hizo retirar la mano como si hubiera recibido un calambrazo. Y volvió a ponerla sobre la marcha, maravillado. A partir de ese momento fue descubriendo que le resultaba difícil dejar de tocarla, de frotarla como si fuera la lámpara de Aladino o la bola de cristal. Algo en lo que creer, como si en ella se encontrara cifrado el mundo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien, ¡y en plazo...!

je.

Anónimo dijo...

Joder! me he puesto a tope!

Anónimo dijo...

diossss chacho ponerle aceite al coche ya nunca será lo mismo.

el hijo de morábito