Bonus Track: Historia
Aeropuerto de Lanzarote- Guacimeta
Estás tomando notas en la última hoja de una libreta, sentada delante del Teatro. No quieres que se te vaya una historia que te acaba de venir a la cabeza. Y a la vez vigilas que no se te escape la guagua. Cinco líneas sobre un pirado que ve cosas que no ve más nadie. Ya te pondrás y la escribirás. Luego, semanas y semanas después, cuando se te acaba la libreta, arrancas la hoja, que a esas alturas sólo es media hoja (en la media que falta están el teléfono de Paco y un "marmota mía, fui a sacar a la perra, vengo pronto, traigo churros, besos"), y la doblas y la metes en la cartera. Ya te pondrás, ya te pondrás. Pasan meses, y a la cartera le cae encima un café y leche (porque eres torpe), y tienes que vaciarla y tirarla y rescatar lo que aún sirve para algo (poco). Las cinco líneas aún se pueden leer, pero tú no las lees. Las secas y te las metes en el bolsillo. Sí. Ya te pondrás. Del bolsillo van a un cuadernillo chico. Pasan más meses. Un día, así porque sí, te pones y escribes la historia, pero no te gusta. No rueda bien. Se atasca. La escribes otra vez. Tampoco. Es que ni se entiende. La escribes otra vez. Te aburres y la dejas. Igual la historia era una bobería desde el principio. El cuadernillo chico se te pierde. Luego te mudas. Y en la casa nueva, en una caja llena de calderos, cafeteras y servilletas, aparece el cuadernillo, con la historia dentro. Ah, mira. La vuelves a escribir. Ay. No. O sí. No sabes. Se la mandas por e-mail a tu amiga la Peláez, a ver qué dice. Ella dice que le gusta, pero le parece que al final falta algo. Es verdad. La vuelves a escribir. Otra vez. Y otra. Entonces sientes que ya. Y la guardas. No la miras más porque sabes que si la sigues mirando la escribirás y la volverás a escribir una y otra vez hasta que se te gasten los ojos y los dedos y te mueras de vieja.
Pasa tiempo. Tienes un blog. Te acuerdas de esa historia. La buscas y la subes. No le cambias nada por... por superstición. Cuando las historias están hechas, piensas tontamente, son como máquinas, como muñecos de cuerda. Si caminan solas, es mejor no tocarles ni una tuerca, ni un muellito. Porque en realidad no sabes por qué se mueven.
Doce líneas. Ahí está, mírala. Existe. Se mueve.
Y cómo estará el pirado, qué cosas verá, qué cosas querrá ver.
Aeropuerto de Lanzarote- Guacimeta
Estás tomando notas en la última hoja de una libreta, sentada delante del Teatro. No quieres que se te vaya una historia que te acaba de venir a la cabeza. Y a la vez vigilas que no se te escape la guagua. Cinco líneas sobre un pirado que ve cosas que no ve más nadie. Ya te pondrás y la escribirás. Luego, semanas y semanas después, cuando se te acaba la libreta, arrancas la hoja, que a esas alturas sólo es media hoja (en la media que falta están el teléfono de Paco y un "marmota mía, fui a sacar a la perra, vengo pronto, traigo churros, besos"), y la doblas y la metes en la cartera. Ya te pondrás, ya te pondrás. Pasan meses, y a la cartera le cae encima un café y leche (porque eres torpe), y tienes que vaciarla y tirarla y rescatar lo que aún sirve para algo (poco). Las cinco líneas aún se pueden leer, pero tú no las lees. Las secas y te las metes en el bolsillo. Sí. Ya te pondrás. Del bolsillo van a un cuadernillo chico. Pasan más meses. Un día, así porque sí, te pones y escribes la historia, pero no te gusta. No rueda bien. Se atasca. La escribes otra vez. Tampoco. Es que ni se entiende. La escribes otra vez. Te aburres y la dejas. Igual la historia era una bobería desde el principio. El cuadernillo chico se te pierde. Luego te mudas. Y en la casa nueva, en una caja llena de calderos, cafeteras y servilletas, aparece el cuadernillo, con la historia dentro. Ah, mira. La vuelves a escribir. Ay. No. O sí. No sabes. Se la mandas por e-mail a tu amiga la Peláez, a ver qué dice. Ella dice que le gusta, pero le parece que al final falta algo. Es verdad. La vuelves a escribir. Otra vez. Y otra. Entonces sientes que ya. Y la guardas. No la miras más porque sabes que si la sigues mirando la escribirás y la volverás a escribir una y otra vez hasta que se te gasten los ojos y los dedos y te mueras de vieja.
Pasa tiempo. Tienes un blog. Te acuerdas de esa historia. La buscas y la subes. No le cambias nada por... por superstición. Cuando las historias están hechas, piensas tontamente, son como máquinas, como muñecos de cuerda. Si caminan solas, es mejor no tocarles ni una tuerca, ni un muellito. Porque en realidad no sabes por qué se mueven.
Doce líneas. Ahí está, mírala. Existe. Se mueve.
Y cómo estará el pirado, qué cosas verá, qué cosas querrá ver.
María Hernández Martí
3 comentarios:
Es fácil que usted se deje llevar por esa superstición de vamos a no tocarlo más que así está bien. Conociéndola un poco, lo entiendo, y la aplaudo. Y le agradezco esas supersticiones, y otras, y todas, qué quiere que le diga.
Bueno, si me pincha pentotal, le cuento la verdad sobre las supersticiones. A usted sola.
Y si no me pincha, le cuento unas mentiras estupendas, mucho más divertidas... ¿eh?
Qué bien! Cuando las dos opciones fueron tan estupendas!!??
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